Hay una película francesa titulada ‘Quiéreme si te atreves’ (Jeux d’enfants), donde dos amigos que se conocen desde niños, Julien y Sophie, convierten el juego de ¿Capaz o incapaz? En su forma de vida. Uno reta al otro a hacer diferentes locuras, y si el otro lo logra, gana a cambio una caja que le otorga de nuevo el poder de retar al otro. Así hasta el infinito. De niños los retos son juegos medianamente inocentes, como burlarse de la profesora en clase, pasarse 24 horas en silencio, etc. Pero a medida que ambos van creciendo, los retos se van volviendo cada vez más peligrosos… al tiempo que infieren en sus vidas personales.
Sinopsis de Quiéreme si te atreves:
El pequeño Julien recibe un regalo de su madre: una pequeña caja de hojalata a la que le tiene mucho aprecio. Entonces entabla amistad con una compañera polaca de clase llamada Sophie y deciden jugar a un curioso juego: capaz o incapaz. Quien tiene la caja le propone algo al otro y si acepta, tendrá como premio la caja. Es decir, proponer algo al otro. Pero, con el paso de los años Julien y Sophie pasan a otra fase del juego, una fase más peligrosa.
¿Capaz o incapaz?
Con esa pregunta, Julien y Sophie se van lanzando retos a lo largo de su vida. Y el otro, por orgullo, por el placer de vencer al otro y ganar el derecho a retarle, hace lo posible por llevar a cabo el reto.
¿Nunca habéis sentido esa imperiosa necesidad de demostrar que podéis hacer algo? Ya sea demostrárselo a alguien, o simplemente, a vosotros mismos. ¿Y no habéis experimentado esa sensación de orgullo que te invade cuando lo logras y te das cuenta de que fuiste capaz de realizarlo? En ese momento, crees que nada podría ponérsete por delante.
Desde que era niña, mis padres siempre me han dicho que he sido muy testaruda, que he luchado por lo que quería y que al final, siempre he terminado lográndolo. Yo no lo llamo cabezonería ni testarudez (aunque es cierto que se necesitan dosis de ambas), si no que más bien lo considero perseverancia.
Si tienes claro lo que quieres y sabes cuál es el camino para alcanzarlo, ¿por qué no luchar por ello?
Cuando estudiaba el último año de bachillerato sufrí una recaída en mi enfermedad de los ojos. Tuvieron que operarme de urgencia a primeros de septiembre y estuve más de mes y medio sin poder ir a clase. En aquel momento hasta pensé en dejarlo. Tomarme un año sabático, descansar y recuperarme. Me daba pánico volver a clase con el curso ya empezado y no ser capaz de ponerme al día con el resto de mis compañeros. Se trataba de 2º de bachillerato, el año previo a la Selectividad y el más difícil de la secundaria. No me veía con fuerzas de retomar los estudios, y mucho menos llegar con el curso ya avanzado. Al final mis padres me animaron a intentarlo. ¿Qué podía perder? Siempre podía ir, escuchar las lecciones, tratar de enterarme de lo que pudiera y ponerme al día en Navidad. Y así lo hice. Volví a clase a finales de octubre, con mucho miedo y agobio porque era un año difícil. Pero con ayuda de mis compañeros, que se portaron de manera ejemplar conmigo prestándome todos los apuntes que habían dado hasta la fecha y explicándome todo lo que no entendía, finalmente logré ponerme al día y alcanzarles. Y mucho antes de las Navidades. En junio me presenté a la Selectividad junto con el resto de mis compañeros y aprobé con buena nota. Y entonces recordé que solo 9 meses atrás había estado a punto de tirar la toalla.
Un par de años más tarde, ya en la Universidad, me topé con la asignatura más difícil de Periodismo: Introducción a la Economía. Para alguien como yo, que venía de estudiar el bachillerato de letras puras, 100% de Humanidades y que le dices “¿Tres por cinco? Y se bloquea… Imaginaos lo que fue tratar de entender las curvas de la oferta y la demanda, las cuentas de contabilidad, el PIB, el IRPF y las cuentas de resultados. Fue una pesadilla. Y arrastré la asignatura hasta el último año de Universidad. Si me había presentado seis veces al examen, las seis veces lo había suspendido. Llegó un punto en el que hasta tenía miedo de enfrentarme a la asignatura. Estaba totalmente bloqueada y veía que no iba a ser capaz de terminar la carrera por culpa de aquella asignatura maldita.
Al final, el último año de Universidad me dije que ya estaba bien. Que ya bastaba de lamentarse y autocompadecerse. Si otras personas habían podido aprobarla, ¿por qué no iba a poder yo? Solo tenía que cambiar el chip en mi cabeza, enfrentarme a ello con otra mentalidad y otra visión. Y gracias al empujoncito que me dio mi hermano (fue parte importante en ese proceso), que me ayudó a estudiarlo de otra forma y entenderlo, finalmente conseguí aprobar la asignatura.
Cuando decidí independizarme de la casa de mis padres y marcharme a vivir con mi pareja, muchas personas creían que no seríamos capaces de lograrlo. Que necesitaríamos a alguien que viniera a limpiar, a cocinar, a planchar… Pero yo quería aprender a hacerlo por mí misma. Y traté de aprender. Y hasta que no lo logré, no paré. ¿Cómo explicarles a esas personas que yo sentía una gran satisfacción al cocer mis primeros macarrones? ¿O al planchar mi primera camisa? Lloré, maldije, me rendí y me levanté cientos de veces. Pero insistí e insistí, y al final, fui capaz de lograrlo.
Lo mismo me ocurrió la primera semana que pasé con Brilyn. Aquella preciosa golden retriever que se suponía que debía guiarme por las calles y sustituir al bastón blanco que me había acompañado hasta entonces, se negaba a hacerme caso. Era testaruda, demasiado joven, nerviosa, y solo ahora comprendo que también estaba asustada. Igual que yo.
Aquella primera semana llamaba a casa llorando, desesperada porque no conseguía que la perra guía me obedeciera. Quería volver a casa, dejarlo todo, coger mi bastón blanco y olvidarme del perro. Pero veía que mis compañeros lo iban consiguiendo poco a poco. Que sus perros se iban adaptando, y que poco a poco iban consiguiendo que les hicieran caso y les guiaran sin chocarles. ¿Y por qué yo no? ¿Por qué iba a ser yo la única a la que el perro no hiciera caso? Me armé de paciencia, de ánimo y de galletitas, y poco a poco, Brilyn y yo fuimos confiando más la una en la otra. Era solo cuestión de tiempo, de paciencia y de confianza. Porque a las dos semanas ya empecé a obtener resultados. Y ahora, cuatro años después, no sabría caminar sin ella a mi lado.
En mi opinión, se trata de tener muy clara la meta que quieres alcanzar. ¿Cuál es tu objetivo? Ya sea independizarte, aprobar una asignatura, aprender inglés, dejar de fumar, hacer macramé o tener un hijo. Si es tu sueño y tienes claro lo que quieres, trata de luchar por ello. Aunque la gente te diga que no puedes, o que es imposible. Demuéstrales que están equivocados. Aunque tú mismo creas que no puedes hacerlo. Es increíble la cantidad de cosas que podemos llegar a lograr si nosotros mismos creemos que podemos hacerlo.
«Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo. Ni siquiera yo, ¿vale? Si tienes un sueño, tienes que protegerlo. Las personas que no son capaces de hacer algo te dirán que tú tampoco puedes. Si quieres algo ve por ello y punto.»
(Will Smith, En busca de la felicidad)
Para mí, ahora, en este punto de mi vida, hay dos cosas que deseo por encima de todas las demás. Una es escribir un libro, y la otra… Algún día os lo diré. Para ello, sé que tengo que poner un gran esfuerzo de mi parte, sacar tiempo de debajo de las piedras, disciplina para ponerme a ello y fuerza de voluntad para dedicarle todos los días un rato. Aún estoy en esa fase de creer yo misma que soy capaz de lograrlo… Pero sé que como todo lo demás, algún día lo conseguiré.
¿Y vosotros? ¿Qué sueños os quedan por alcanzar? ¿Qué cosa creíais que jamás ibais a lograr y al final lo conseguisteis? ¿Qué fue lo que os decían que no podríais hacer y demostrasteis que podíais hacerlo?