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A mi ángel de cuatro patas

Brilyn, mi perra guía, y yo posando en cuclillas y abrazadas en el salón de casa

Brilyn, mi perra guía, y yo posando en cuclillas y abrazadas en el salón de casa

Llevo días pensando en cómo escribir esta entrada del blog, comenzándola cientos de veces en mi cabeza, borrándola y volviendo a empezar. Ojalá nunca hubiera tenido que escribirla, pero tú y yo sabíamos que lo nuestro no era para siempre. Conocíamos las reglas del juego desde el comienzo y, aun así, decidimos jugar. Qué juego tan cruel es la vida, que nos pone y nos quita a veces sin siquiera pedir permiso.

Hace dos semanas y cuatro días que te fuiste y todavía intento digerir que ya no volveré a tenerte entre mis brazos, ni a sentir tu suave pelaje entre mis dedos. Dos semanas y cuatro días en los que cada minuto sin ti han sido los más tristes de mi vida.

Ojalá no tuviera que escribir esta entrada del blog, pero siento que debo hacerlo, que te lo debo. Es lo correcto. Si te escribí decenas de posts cuando llegaste a mi vida, y otros tantos durante los meses en que nos estuvimos conociendo, siento que ahora, más que nunca, también mereces que estos torpes dedos vuelen sobre el teclado y traten, a duras penas, de dedicarte la despedida que creo mereces.

Antes de continuar, me veo obligada a hacer una advertencia al lector. Si hace poco que has perdido a tu mascota, o eres muy sensible ante el duelo y la pérdida, o eres un miembro de mi familia que crees que no podrás soportar leer este post, puede que no debas seguir leyendo. Quizás yo me sienta preparada para escribirlo, pero tal vez vosotros no lo estéis aún para leerlo. Es más, no me importa si nadie lo lee. Solo lo escribo para ella, que de todos modos no podrá leerlo. Pero yo siento que se lo debo. Así que si os apetece seguir leyendo, adelante. Si no, no os preocupéis, lo entenderé. Nos reencontraremos en el siguiente post.

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40 cosas que (probablemente) no sabíais sobre mí

Parece que fue ayer cuando comencé a escribir este blog, pero en realidad, son casi diez años los que llevo compartiendo aquí mis pensamientos y mis historias.

Diez años en los que habéis seguido ahí leyéndome. Lo cual agradezco infinitamente, porque sin vosotros, el blog no tendría ningún sentido, básicamente. Diez años en los que terminé la carrera, busqué trabajo, hice prácticas, becas, entrevistas y más entrevistas, colaboraciones, etc, etc. En este tiempo también compartí con vosotros la experiencia de tener mi primer perro guía. Me acompañasteis durante mi estancia en la escuela de Rochester y estuvísteis detrás de la pantalla, leyendo aquel maravilloso momento cuando conocí a la que hoy es mi compañera de viaje, mi perra guía Brilyn.

También estuvísteis ahí cuando cumplí los 30, cuando me casé, o cuando mi vida dio un giro de 180 grados y me mudé a Madrid para comenzar una nueva aventura.

Son muchas las anécdotas que os he contado a lo largo de estos años, muchas las dudas y consultas sobre las personas ciegas que hemos resuelto juntos, y muchas las curiosidades que os he descubierto sobre mí. Como cuando mi madre escribió en el blog y os contó lo que había sido para ella la experiencia de que su hija se quedara ciega.

Pero estoy segura de que todavía hay muchas otras cosas que no sabeis sobre mí. Por eso, y para agradeceros todo el tiempo que habéis dedicado a leer mis artículos, y porque me apetecía hacerlo de una manera un poco más personal, voy a desvelaros algunas cosas que probablemente, no sabíais sobre mí. Algunas, os prometo que no me importaría que continuaran siendo un secreto para siempre 😉
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Efectos secundarios

¿Alguna vez os habéis preguntado qué ocurriría si no pudierais seguir haciendo aquello que más os gusta? Si la actividad que mejor se os da o aquello que os apasiona hacer os abandonase, ¿cómo os sentiríais?

Hace un mes y medio me sometí a una operación quirúrgica. Tenía el conducto lagrimal del ojo derecho totalmente obstruido, debido a una acumulación mucosa que se había enquistado. En la cirugía a la que me sometí, en la que tuvieron que anestesiarme por completo, aprovecharon para hacerme un nuevo conducto lagrimal y de paso, liberarme el párpado. Resulta que llevo más de quince años con el ojo cerrado y aunque yo siempre creí que esto se debía a un problema de tipo muscular, en realidad el problema era que bajo el párpado se había generado tejido cicatrizal y debido a esto, el párpado se había adherido a mi ojo.

En la operación, mi oftalmólogo liberó el párpado eliminando ese tejido cicatrizal y colocando un conformador –una especie de lente que mantiene separado el párpado del ojo-. La idea es que lleve ese conformador durante varios meses, para que el párpado cicatrice más lentamente y no se vuelva a adherir al ojo. El resultado es que ahora puedo abrirlo, muy poquito a poco, y recibir más luz de la que antes podía recibir.

La parte negativa es que llevo semanas sufriendo pesadez en el ojo, continuos dolores de cabeza y una insoportable fotosensibilidad. Cada vez que salgo a la calle, debo hacerlo con una gorra para protegerme de la luz, ya que el ojo se me cierra automáticamente, y con tanta violencia, que esto me provoca nuevamente dolores de cabeza.

En casa permanezco casi todo el día con las persianas bajadas, porque apenas puedo soportar la luz.

Imagino que esto será un proceso temporal. MI ojo lleva tantos años sin tener que enfrentarse a la luz directamente, que ahora debe volver a adaptarse. Pero el proceso está siendo lento, duro y tedioso.

Y por si esto fuera poco, he notado que la pesadez que se apodera de mis ojos y mi cabeza, últimamente hace que me cueste un terrible esfuerzo hasta el mero hecho de pensar. Cosas que antes me salían de forma tan natural como respirar, ahora me cuestan un esfuerzo doble.

Todo esto no me preocuparía en exceso si no fuese por el hecho de que al leer mis propios escritos, mis textos, posts publicados en el pasado, hacen que me replantee si soy capaz de volver a escribir como lo hacía. Intento escribir, aunque solamente sea simples e-mails, y me cuesta trabajo hasta el hecho de pulsar las teclas correctamente.

Desearía escribir textos coherentes, ingeniosos, como siempre he intentado hacer… Y en cambio me veo incapaz.

Esto me asusta. Me asusta mucho… Solamente ruego porque se trate de algo temporal y las palabras no me hayan abandonado para siempre.

Os escribo como desahogo, y porque creo que si lo saco de mi cabeza tal vez sirva como una especie de exorcismo. SI lo comparto con vosotros, tal vez la carga no sea tan grande y poco a poco vaya disminuyendo.

Intentaré seguir escribiendo. Mientras tanto, un abrazo a todos y que disfrutéis del verano.

Un plan para los 30

Sí amigos. Este mes he cumplido la cifra redonda. Al principio he de confesar que me sentí un poco deprimida. ¿Por qué? os preguntaréis. Para explicarlo no he encontrado mejor modo que utilizando este fragmento de mi serie preferida, Friends.

El día de su 30 cumpleaños, una deprimida Rachel se da cuenta de que solamente necesita un plan para alcanzar sus objetivos.

Echadle un vistazo al vídeo.

El plan de Rachel al cumplir los 30

Al igual que ella, yo tenía mi vida perfectamente planificada y estructurada. Cuando tenía 18 años tenía claro que quería estudiar periodismo, viajar mucho, aprender idiomas, conocer a alguien maravilloso del que me enamoraría perdidamente y que seguramente me rompería el corazón… Y tras una trágica ruptura, quizás volveríamos a empezar o quizás no. Lo único que tenía claro era que quería casarme antes de los 30. En el mar, a ser posible. En un barco, para ser más exactos. Y quería tener al menos 3 hijos, uno de ellos antes de los 30, para poder disfrutar de ellos siendo aún joven. Además sacaría tiempo de sobra (no sé de dónde) para escribir varias horas al día y publicar mi primera novela antes de los 25, como Cecelia Ahern. ¡Ahí es nada!

Doce años después y con una terrible crisis económica y social de por medio, aquí nos encontramos, mi plan y yo, cara a cara.

¿Cuántos de esos sueños has logrado alcanzar? Me pregunta él.

Y no sé qué responder. Ya que muchos los he logrado, pero no por el camino que yo había imaginado, ni con el resultado que yo esperaba.

Logré estudiar algo que me apasionaba: la comunicación y el periodismo. Actualmente trabajo en lo que me gusta, desarrollando contenidos que me permiten analizar diferentes formas de comunicar mensajes y dando rienda suelta a mi vena creativa. ¿Era el trabajo que soñaba a los 18 años? Seguramente no. O quizás sí… Pero puedo decir con orgullo que me dedico a aquello que me gusta y que sé hacer mejor.

¿Me imaginaba haciendo alguna otra cosa? Quién sabe. Tal vez me habría gustado desarrollar una carrera más creativa como guionista de series, que ahora están tan de moda. Obviamente me chiflaría poder vivir de lo que escribo, pero ¿quién puede hacer eso hoy en día? Solo George R. Martin y un puñado de afortunados más.

Mientras tanto, tengo un empleo que me permite pagar las facturas, vivir con mi pareja y poco a poco ir formando un hogar.

¿Viajé mucho? Reconozco que no tanto como me habría gustado, por falta de dinero, casi siempre. Con la crisis económica que ha sufrido nuestro país, vi mi carrera profesional bastante postergada. O más bien ralentizada, porque realmente, nunca dejé de hacer cosas. Siempre estuve colaborando acá o allá, escribiendo esto y lo otro. Hasta que al fin, en 2013 llegó mi oportunidad laboral y la aproveché.

He viajado pero de otro modo muy distinto al que me había imaginado cuando tenía 18 años. Ahora camino junto a una golden retriever que guía mis pasos allá donde voy. Gracias a ella he caminado por sitios que antes jamás me habría imaginado. Ahora soy más libre, más independiente y camino con mayor seguridad por la calle. Y a pesar de que aún nos queda mucho camino por andar, estoy segura de que el trayecto hasta aquí no habría sido igual sin ella. Por eso, gracias, peluda.

¿Viví la gran historia de amor que esperaba?

¿Y quién no? O yo soy una romántica empedernida (que lo soy), o quien más quien menos ha sufrido por amor. Yo debo reconocer que he tenido la suerte de vivir mi historia de amor sin sufrir demasiado. Al menos, ha sido más o menos tranquila y sin demasiados sobresaltos.

¿Me casé antes de los 30?

Rotundamente no. Pero nuevamente, porque la situación no lo permitió antes. Sin embargo, este año puedo decir que cumpliré ese sueño. Dentro de apenas un mes, mi chico y yo nos estaremos dando el sí quiero y nos convertiremos legalmente en marido y mujer. Y con ese paso, habremos cumplido el que era un sueño para los dos desde hacía mucho tiempo.

¿Escribí mi primera novela?

Este proyecto es sin duda el que más me duele no haber alcanzado… Porque siempre está en progreso. Tal vez nunca encuentro la fuerza o el coraje para llevarlo a cabo. Tal vez, es tan importante para mí hacerlo bien, que temo fracasar cuando lo termine. Por eso siempre encuentro escusas para no sentarme a seguir escribiendo.

La idea está ahí. Los personajes están en mi cabeza, las tramas, los giros, los secretos y los obstáculos contra los que tiene que luchar el protagonista… Entonces, ¿por qué nunca la termino?

No lo sé. Tal vez no me crea capaz, en el fondo. Tal vez soy una cobarde.

Pero, si he llegado hasta aquí y he alcanzado todo lo demás… ¿por qué no voy a luchar por ese sueño también?

Solamente quería compartir con vosotros estas reflexiones íntimas de una treintañera reflexiva que últimamente, se ha parado a replantearse hasta dónde ha llegado, si está donde quería estar y cómo continuará avanzando por el camino de baldosas amarillas…

Para terminar, no quería cerrar esta entrada sin darle un toque de humor. De nuevo, con mis queridos personajes de Friends 😉

Escena de Joey: «¡Por qué, Dios, por qué!»

Mi madre escribe en el blog: «La discapacidad está en la mente de muchas personas»

Hace poco os conté que tenía en mente publicar un post escrito por mi madre, donde ella hablase en primera persona sobre su experiencia como madre de una hija con discapacidad.

Se lo pedí y aquí está el resultado. Dice que le costó escribirlo, pero lo ha hecho con mucho cariño. Así que de su parte y de la mía, esperamos que os guste. Y sobre todo, esperamos que su historia ayude a otros padres que estén pasando o hayan pasado por una situación similar.

Hola, soy Gloria, madre de Patricia, la autora de este blog.
Nunca me hubiera decidido a escribir esta historia sino es porque mi hija me lo pidió a raíz de leer una noticia en Europa Press donde decía que “Un 56% de los padres con hijos con discapacidad no cree que éstos puedan trabajar en el futuro”.
Me dijo: “me gustaría que escribieras una historia con tu experiencia como madre de niña discapacitada, los miedos que tuviste, los retos… No sé. Creo que puede ser muy interesante, sobre todo para inspirar a otras personas que tienen bebés ciegos o con alguna discapacidad y están desesperados”.

Esta historia empieza con el nacimiento de Patricia, una niña pequeñita pero muy sana y con unos ojos increíblemente abiertos y espabilados, pero cuando tenía cinco añitos, más o menos, empezó con un problema de ojos rojos y estornudos cuando le daba el sol. Bueno esto último le pasaba ya desde bebé pero no le dimos demasiada importancia.
La llevamos (su padre y yo) al oftalmólogo del ambulatorio de la zona y este nos dijo que no le podía tratar porque era un problema de inmunología oftálmica y nos derivó al Hospital Clínico Universitario de Valladolid. Ahí empezaron todos los problemas.
En el Clínico empezó a tratarle una doctora que nos dijo que el problema de Patricia era muy extraño y que se daba en personas mayores y que hubieran residido en África. ¡Cuál fue nuestra sorpresa! Nosotros lo más cerca que estuvimos de África fue en unas vacaciones a Málaga.

Empezaron las pruebas y más pruebas. Patricia al principio era una niña complaciente que se dejaba hacer.
Al cabo de dos años de tratamientos, consultas y más consultas, Patricia, que ya se iba cansando, a la vez que sus ojos se iban deteriorando y cada vez que le miraba la doctora con aquella luz directa a los ojos, era un martirio para ella.

Entonces decidimos pedir una segunda opinión y nos fuimos a la clínica Barraquer de Barcelona. Como íbamos con todos los informes de la doctora de Valladolid y después de explorar a Patricia para cubrir el expediente, nos dijeron que estaba bien diagnosticada y que siguiéramos con el tratamiento del Clínico.

Seguimos con las consultas del Clínico, pero Patricia cada vez veía menos y la luz solar le hacía un daño terrible, tanto que tenía que ir con gafas de sol y protección a los laterales. Cada vez más desesperados porque no encontrábamos solución, fuimos a un oftalmólogo privado de renombre en Valladolid, y en lugar de ser humilde y decirnos que no tenía ni idea de lo que le pasaba, decidió ponerle un tratamiento con nueve medicinas distintas que iba cambiando cada vez que acudíamos a su consulta y que yo tenía que anotar en una agenda para no perderme.
Patricia cada vez estaba peor, y cuando le iba a echar las gotas en los ojos se negaba porque decía que le hacían daño. Tan desesperados estábamos, que durante todo ese tiempo también la estuvimos llevando a una curandera de un pueblo perdido de Zamora limitando con Portugal, que lo único que hacía era untarle la frente de aceite y hacerle cruces. Ahora lo pienso y me da la risa, pero entonces nos agarrábamos a cualquier cosa con tal de ver una solución para el problema de Patricia.
También fuimos a un doctor que le practicó acupuntura, todo ello no sirvió para nada.
Fuimos a la Clínica Universitaria de Pamplona, que después de reconocer a Patricia desde la uña del pie hasta el último pelo de la cabeza, y llevarnos un buen dinero, nos dio más o menos el mismo diagnóstico que teníamos del Clínico de Valladolid, y eso sí, le recetaron unas gotas maravillosas, que tenían que enviar por correo certificado, que costaban una pasta y que al final no le hicieron nada.

La impotencia se iba apoderando de nosotros, ya no sabíamos a dónde acudir. Un compañero mío de trabajo que se fue de Director al Hospital Comarcal de Medina del Campo, me dijo un día que por qué no llevaba a Patricia a un oftalmólogo que había en el Hospital y que era muy bueno. Pensábamos que si habíamos ido a Barraquer y a Pamplona y no nos habían solucionado nada, ¿cómo iba a hacerlo un doctor en Medina del Campo?
La pena es que no fuimos antes.

En 1995 nos fuimos a Medina del Campo como último recurso y gracias al Doctor Víctor Asensio, que le hizo un trasplante de conjuntiva, Patricia pudo volver a salir a la calle sin gafas de sol. Con las córneas no pudo hacer mucho, porque las tenía totalmente ulceradas y a pesar de que le hizo un trasplante en el ojo izquierdo, no se pudieron salvar. Aún continúa Patricia con revisiones en su consulta esperando que algún día llegue el milagro que le devuelva la vista.

Yo estoy trabajando en Servicios Sociales. En aquella época estaba en el IMSERSO y mis compañeros me decían que le hiciese el reconocimiento de Discapacidad a mi hija, yo me negaba, no quería reconocer lo evidente, hasta que me di cuenta de que no servía para nada no hacer caso a la realidad y que hacerlo me iba a traer más ventajas que inconvenientes y por supuesto a ella también.

La sociedad, aunque nos anuncia por todos los sitios que ayuda a las personas con discapacidad, a la hora de la verdad, resulta que si tú no te buscas la vida, nadie lo hace por ti.

Un día me llamó por teléfono el Director del colegio público donde mi hija estaba estudiando Primaria y me dijo que Patricia no podía estar en ese colegio, que tendría que estar en un colegio especial para niños invidentes. Os podéis imaginar lo que yo sentí en aquel momento, se me cayó el mundo encima, y con lágrimas en los ojos pero sintiendo un valor que no había sentido nunca le dije que mi hija tenía que estar escolarizada por Ley y que si no podía estar en su colegio, me dijera a qué Colegio podía ir. No había ningún colegio en Valladolid para niños invidentes.

Me tuve que informar y me dijeron que el colegio donde iba Patricia era de Integración, cosa que no parecía saber su Director, lo que quiere decir que tienen profesores de apoyo para personas con cualquier tipo de discapacidad.

Tuvimos que afiliar a Patricia a la ONCE, a quien tengo que agradecer que a lo largo de su vida de estudiante haya ido prestando la ayuda necesaria para que continuara con sus estudios de manera más o menos normal.

Cada cambio a Patricia le suponía un sufrimiento, cuando tuvo que abandonar la lectura y escritura en vista y empezar a leer en Braille y empezar a escribir con la máquina Perkins supuso para ella un sufrimiento, y no porque le resultara difícil sino porque tenía que asumir con nueve años que probablemente no volvería a ver nunca más.

Todos los cambios tecnológicos que tendrían que suponer un avance, para ella suponían el pensar que no había vuelta atrás. Y así pasamos por la tele-lupa, el Braille-Speak, el ordenador con el programa Jaws, el bastón y por último, nuestra perrita guía Brilyn, que es de las cosas mejores que le han podido pasar.

En la convivencia diaria hubo una temporada muy dura, sobre todo cuando Patricia tenía aquella fotofobia intensísima que le obligaba a estar en su habitación a oscuras. Recuerdo cuando nació su prima María, en 1994. Fuimos a verla y lo que tendría que haber sido motivo de alegría se convirtió en mucha tristeza porque mi hija tenía que estar a oscuras en una habitación contigua a la que nosotros estábamos.

Yo le agradezco siempre lo bien que lo ha sabido llevar, con una sonrisa siempre en los labios y buen humor, un poco sarcástico a veces pero con humor al fin y al cabo.

Un día hicimos una excursión al Monasterio de Piedra. A mí me daba dolor verla con la cabeza baja y tapándose con las manos los laterales de los ojos, le pregunté qué tal le parecía el sitio y me dijo: “El suelo es muy bonito, mamá”.

En casa siempre ha sido una niña más, y hemos intentado que hiciera la vida de una niña de su edad igual que su hermano, haciendo y aprendiendo todo aquello que supusiera ser lo más autónoma posible. Salvo ciertas cosas que por su falta de visión no podía hacer, como por ejemplo quitar la mesa, pero ella la ponía y su hermano la quitaba.

Fue a todas las excursiones del colegio donde ella quiso ir, siempre claro que los profesores diesen su autorización, aun habiendo gente como la madre de una compañera y amiga de Patricia que me preguntó un día: “¿cómo vas a dejar a Patricia que vaya a la excursión?”, como si yo fuese a mandar a mi hija a una muerte segura.

Siempre hemos pensado que Patricia tenía que tener una vida igual al resto de los mortales y aún con todos los problemas médicos y burocráticos que se nos han presentado, pienso hoy en día que lo hemos logrado y Patricia ha ayudado mucho a ello.

Ahora es feliz, acabó su carrera de Periodismo, está trabajando en una gran empresa en Madrid y en agosto se casará con Marco, el amor de su vida.

Y ahora que me digan a mí que el 56% de los padres con hijos con discapacidad no cree que trabajen nunca.

La discapacidad está en la mente de muchas personas. Entiendo que haya discapacitados que por sus problemas físicos, psíquicos o sensoriales no puedan trabajar, pero estoy segura de que la mayoría lo podrían hacer si los padres, maestros, amigos, familiares, representantes políticos, etc…. pensaran que estas personas son totalmente capaces para ello y les ayudaran a llevarlo a cabo.

Espero que esta historia sirva para otros padres que tienen ahora los miedos que yo tuve, para que piensen que todo es posible con tenacidad, esfuerzo y con amor, sobre todo con mucho amor…

Palabras que hieren

Palabras vacías. Palabras que hieren. Palabras. Solo palabras. Y sin embargo…

Parece imposible pensar que una palabra que empieza con algo tan dulce como la miel pueda dejarte helado.

Siete letras. Siete golpes directos al alma. Como un disparo que te hiela la sangre.

Miel…

…Mieloma.

Y el mundo se detiene. Por unos segundos, tu cerebro colapsa y eres incapaz de procesar ese sonido.

Mieloma.

Repites la palabra en tu cabeza. ¿Cómo algo que suena tan bien, casi inofensivo, puede causar tantísimo daño?

Luego lo niegas. No puedes creer que lo hayan dicho. Que esa sea la palabra.

Miel. Mieloma.

Siete letras que sueltas no son nada. Siete letras que juntas, suponen el peor de los infiernos.

Palabras vacías. Palabras que hieren. Palabras. Solo palabras. Y sin embargo…

Sabes que por más que luches, no hay solución. Quizás eso sea lo peor. Comprender que ya no se puede hacer más. Que por más que lo intentes, el final será el mismo.

Mieloma.

Y mueres un poco por dentro.

Nunca pensé que una sola palabra pudiera doler tanto.

Ha pasado casi un mes desde que te fuiste, y aún no puedo creer que todo haya acabado.

Treinta días que han sido los más largos de mi vida.

Pero me niego a decirte adiós. Porque sé que estés donde estés, continúas cuidándonos.

Este quizás sea el post más difícil que haya escrito. Pero va dedicado a ti, que siempre creíste en mí.

Porque sé que a pesar de todo, estabas orgulloso de tu nieta.

Siempre te querré, abuelo.

Ahora descansa.

2013: El año que cambió mi vida para siempre

Parece que lo que toca el 31 de diciembre de cada año es hacer balance. Analizar las cosas positivas y negativas que nos han dejado los últimos doce meses. Y por lo general, acompañarlo de buenos deseos y propósitos para el nuevo año que comienza.

Confieso que para mí el año 2013 ha sido raro, raro, raro. Lo comencé con ilusión y esperanza, ya que el 13 es mi número favorito. Llamadme loca, pero es que nací un 13 y tengo debilidad por ese número. Es lo que hay 😉

La primera mitad del año la pasé buceando entre ofertas de empleo, búsqueda de cursos, becas o prácticas para continuar ampliando mi formación o mi currículum… En definitiva, desesperada por encontrar algo que hacer y que me ayudara a seguir pagando las facturas.

Envié solicitud para unas prácticas en el Parlamento Europeo, en Bruselas; me inscribí para hacer un Máster en una importante multinacional española; apliqué para un curso de la Oficina de Empleo sobre Turismo y Organización de Eventos… Al mismo tiempo, a comienzos de año hice un lavado de cara al blog. LO trasladé a WordPress y le reformé de arriba abajo, dándole un look más actual, dinámico y accesible. Comencé a escribir más, a moverme más en las redes sociales. En definitiva, ejercí una búsqueda activa de empleo.

Finalmente, me aceptaron en el curso de Turismo y Organización de Eventos, y allí me fui. A comenzar una nueva aventura.

El curso como tal fue un tanto desastroso, por circunstancias que no merece la pena recordar ni mencionar aquí. Digamos que terminó con ‘desavenencias irreconciliables’ entre alumnos y profesores. Pero de aquella experiencia saqué dos cosas buenas: por un lado, fui consciente de que para encontrar mi camino (laboralmente hablando) debía ampliar horizontes, no cerrarme puertas, y el sector del turismo estaba en auge, suponiendo una nueva vía profesional por explorar. Por otro lado, tuve la oportunidad de trabajar (durante poco tiempo, eso sí, y en prácticas) en una productora audiovisual. Allí pude seguir aprendiendo y aportar mis servicios como Community Manager, y además, conocer más a fondo un sector que me apasionó: el enoturismo.

Pude visitar una bodega de la zona de la Ribera del Duero, y comprobar cómo esta rama se está abriendo al turismo. Pero lo que es mejor todavía: me permitieron realizar una visita ‘accesible’, adaptada a personas con diferentes capacidades.

A raíz de aquella experiencia, comencé a interesarme más y más sobre este tema. Visité blogs sobre enología y enoturismo, empecé a seguir cuentas de Twitter que trataban estos asuntos, leí artículos, reportajes… En definitiva, me empapé de lleno y me apasioné por el tema. Y siempre que me ocurre esto, es peligroso en mí, porque bullen en mi cabeza nuevas y peligrosas ideas 😉

En esta ocasión, la idea vino en forma de argumento para una novela. Sí. Tal y como lo leéis. A mediados de mayo y a punto de terminar mis prácticas en la productora audiovisual, a mi cabeza no dejaban de afluir ideas y más ideas para formar el hilo argumental de una historia que había nacido entre aquellas barricas y viñedos de la Ribera del Duero.

Comencé a esbozar la trama, la sinopsis, incluso la estructura de los capítulos. Llegué a describir a los personajes principales, proyectar un borrador con las ideas centrales… Incluso me reuní con un par de personas a quienes proponerles la idea, para ver si podría tener salida en el mercado editorial. Todo iba por buen camino. Me ilusioné como nunca antes. Es decir, ya había escrito borradores con ideas de novelas anteriormente, pero nunca había llegado tan lejos. Esta vez era distinto. Tenía la idea, las herramientas y el camino libre para llevarlo todo a cabo.

Pero el argumento de la gran novela que es mi vida me tenía reservada una sorpresa, un nuevo giro argumental con el que yo no contaba, y que hacía tiempo había descartado del guión: encontré trabajo.

A principios de verano me llamaron de aquella empresa multinacional para cuyo Máster me había inscrito meses atrás. A lo largo de abril, mayo y junio había acudido a diversas entrevistas, pruebas, tests y hasta una dinámica de grupo. Acudía a cada prueba y entrevista del proceso que iba pasando con ilusión, pero en el fondo sabía que no era posible, que aquella oportunidad no sería para mí. Superaba las fases del proceso, sí, pero siempre me quedaba esa sensación de desconfianza, de falta de autoestima que dicen tan característica de los de mi signo… Si ya había ido a tantas entrevistas, y tantas veces me había quedado a las puertas, ¿por qué iba a ser aquella ocasión distinta?

El día 2 de julio me llamaron para decirme que estaba dentro. Había superado todas las fases del proceso de selección, y a falta de pasar un reconocimiento médico rutinario, en septiembre comenzaría a trabajar.

Por fin. El final del camino estaba ahí. La meta final, el objetivo por el que llevaba tantos meses luchando. La oportunidad laboral que tantos años llevaba esperando había llegado.

Tan solo debía cambiar mi vida por completo.

Sabía que no podía renunciar. Se trataba de una de esas oportunidades que no puedes rechazar, un tren que pasa una sola vez en la vida. Sabes que si no lo coges, te arrepentirás para siempre. Tenía que subirme. NO había otra opción. Pero todo lo que suponía subirse a ese tren era duro. Muy duro.

El 20 de agosto de 2013 dejé atrás la vida que había conocido durante 28 años. Dije adiós a los sueños que había construido, junto a la casa en la que había vivido y convertido en mi hogar en los últimos 4 años, donde aprendí a cocinar, a planchar, a convivir en pareja. Dejé atrás el hogar y la ciudad en la que creí que crecerían mis hijos. Y arrastré conmigo a mi pareja, a mi perra y parte de nuestro hogar embalado en cajas de cartón.

Fue, seguramente, lo más duro que he tenido que hacer en mi vida. No dejaba de preguntarme si no les estaría arrastrando inútilmente a un lugar en el que no serían felices, donde no tendríamos un futuro claro. ¿Merecería todo aquel esfuerzo la pena?

En la balanza, estaba claro que salía ganando en el aspecto laboral. Una oportunidad como esa jamás podría soñar con tenerla, ni parecida, en mi hogar de origen. ¿Pero en lo personal? Soy una persona sentimental, muy arraigada a mi tierra, a mi gente. No me había dado cuenta de cuánto valoraba todo eso hasta este año. Cuando te vas, es cuando realmente aprecias lo que dejas atrás.

Me costó muchas semanas adaptarme al nuevo rumbo de los acontecimientos. Hacerme a la idea de que debía vivir y construir de nuevo mi vida (porque no es lo mismo) en una nueva ciudad, en un nuevo entorno, una casa distinta, calles distintas, gentes y lugares diferentes… Fue todo un reto y una lucha.

Durante aquellos días lloré. Mucho. Pero no me avergüenza decirlo. Lloré porque tenía miedo. Porque me sentía perdida, lejos de casa. Y sobre todo, porque no sabía si había hecho bien al arrancar del hogar a otra persona junto a mí. Me sentía responsable. MI vida no era la única que había cambiado. Este nuevo giro de los acontecimientos había afectado a otros, y no quería defraudarles.

Pero es increíble la capacidad de adaptación del ser humano. En a penas dos meses ya nos habíamos habituado a la nueva vida, y estábamos inmersos en la vertiginosa rutina de la gran ciudad. Gracias al teléfono y las nuevas tecnologías, los de casa no parecían estar tan lejos, y el cambio fue gradualmente menos amargo. Fuimos poco a poco construyendo de nuevo un hogar, y aunque sigo echando de menos, muchísimo, las cosas que antes tenía, reconozco que ya el cambio no parece tan grande.

Como habréis podido deducir, si es que habéis conseguido llegar hasta aquí, al final no pude dedicarme a escribir la novela, como me hubiese gustado. Con el jaleo de la mudanza, la adaptación al nuevo hogar, aprender nuevas rutas, empezar en un nuevo trabajo, una nueva rutina… Gané en muchas cosas, pero perdí la libertad de poder escribir cuando me apeteciera.

La idea para la novela sigue ahí, archivada en un rincón de mi cabeza y de mi alma, porque sé que algún día encontraré el tiempo y la energía para llevarla a cabo. Y entonces, cuando la haya terminado y pueda compartirla con vosotros, podré decir que he hecho realidad otro de mis sueños.

¿Quién sabe? Quizás 2014 me traiga las fuerzas necesarias para llevarla a término.

Por lo pronto, del nuevo año solo espero que no se lleve nada querido. Creo que en 2013 ya sacrifiqué bastante: una parte de mi alma, que dejé en tierras castellanas. Ahora, solo nos queda seguir trabajando y luchar por alcanzar los objetivos que aún nos faltan por cumplir.

¿Cuáles son vuestros propósitos para el nuevo año? ¿Qué aprendisteis en 2013? ¿Qué os dejó el año que termina? Espero vuestros comentarios.

¡Que tengais un espléndido y muy feliz 2014!

¿Capaz o incapaz?

Hay una película francesa titulada ‘Quiéreme si te atreves’ (Jeux d’enfants), donde dos amigos que se conocen desde niños, Julien y Sophie, convierten el juego de ¿Capaz o incapaz? En su forma de vida. Uno reta al otro a hacer diferentes locuras, y si el otro lo logra, gana a cambio una caja que le otorga de nuevo el poder de retar al otro. Así hasta el infinito. De niños los retos son juegos medianamente inocentes, como burlarse de la profesora en clase, pasarse 24 horas en silencio, etc. Pero a medida que ambos van creciendo, los retos se van volviendo cada vez más peligrosos… al tiempo que infieren en sus vidas personales.

Sinopsis de Quiéreme si te atreves:

El pequeño Julien recibe un regalo de su madre: una pequeña caja de hojalata a la que le tiene mucho aprecio. Entonces entabla amistad con una compañera polaca de clase llamada Sophie y deciden jugar a un curioso juego: capaz o incapaz. Quien tiene la caja le propone algo al otro y si acepta, tendrá como premio la caja. Es decir, proponer algo al otro. Pero, con el paso de los años Julien y Sophie pasan a otra fase del juego, una fase más peligrosa.

¿Capaz o incapaz?

Con esa pregunta, Julien y Sophie se van lanzando retos a lo largo de su vida. Y el otro, por orgullo, por el placer de vencer al otro y ganar el derecho a retarle, hace lo posible por llevar a cabo el reto.

¿Nunca habéis sentido esa imperiosa necesidad de demostrar que podéis hacer algo? Ya sea demostrárselo a alguien, o simplemente, a vosotros mismos. ¿Y no habéis experimentado esa sensación de orgullo que te invade cuando lo logras y te das cuenta de que fuiste capaz de realizarlo? En ese momento, crees que nada podría ponérsete por delante.

Desde que era niña, mis padres siempre me han dicho que he sido muy testaruda, que he luchado por lo que quería y que al final, siempre he terminado lográndolo. Yo no lo llamo cabezonería ni testarudez (aunque es cierto que se necesitan dosis de ambas), si no que más bien lo considero perseverancia.

Si tienes claro lo que quieres y sabes cuál es el camino para alcanzarlo, ¿por qué no luchar por ello?

Cuando estudiaba el último año de bachillerato sufrí una recaída en mi enfermedad de los ojos. Tuvieron que operarme de urgencia a primeros de septiembre y estuve más de mes y medio sin poder ir a clase. En aquel momento hasta pensé en dejarlo. Tomarme un año sabático, descansar y recuperarme. Me daba pánico volver a clase con el curso ya empezado y no ser capaz de ponerme al día con el resto de mis compañeros. Se trataba de 2º de bachillerato, el año previo a la Selectividad y el más difícil de la secundaria. No me veía con fuerzas de retomar los estudios, y mucho menos llegar con el curso ya avanzado. Al final mis padres me animaron a intentarlo. ¿Qué podía perder? Siempre podía ir, escuchar las lecciones, tratar de enterarme de lo que pudiera y ponerme al día en Navidad. Y así lo hice. Volví a clase a finales de octubre, con mucho miedo y agobio porque era un año difícil. Pero con ayuda de mis compañeros, que se portaron de manera ejemplar conmigo prestándome todos los apuntes que habían dado hasta la fecha y explicándome todo lo que no entendía, finalmente logré ponerme al día y alcanzarles. Y mucho antes de las Navidades. En junio me presenté a la Selectividad junto con el resto de mis compañeros y aprobé con buena nota. Y entonces recordé que solo 9 meses atrás había estado a punto de tirar la toalla.

Un par de años más tarde, ya en la Universidad, me topé con la asignatura más difícil de Periodismo: Introducción a la Economía. Para alguien como yo, que venía de estudiar el bachillerato de letras puras, 100% de Humanidades y que le dices “¿Tres por cinco? Y se bloquea… Imaginaos lo que fue tratar de entender las curvas de la oferta y la demanda, las cuentas de contabilidad, el PIB, el IRPF y las cuentas de resultados. Fue una pesadilla. Y arrastré la asignatura hasta el último año de Universidad. Si me había presentado seis veces al examen, las seis veces lo había suspendido. Llegó un punto en el que hasta tenía miedo de enfrentarme a la asignatura. Estaba totalmente bloqueada y veía que no iba a ser capaz de terminar la carrera por culpa de aquella asignatura maldita.

Al final, el último año de Universidad me dije que ya estaba bien. Que ya bastaba de lamentarse y autocompadecerse. Si otras personas habían podido aprobarla, ¿por qué no iba a poder yo? Solo tenía que cambiar el chip en mi cabeza, enfrentarme a ello con otra mentalidad y otra visión. Y gracias al empujoncito que me dio mi hermano (fue parte importante en ese proceso), que me ayudó a estudiarlo de otra forma y entenderlo, finalmente conseguí aprobar la asignatura.

Cuando decidí independizarme de la casa de mis padres y marcharme a vivir con mi pareja, muchas personas creían que no seríamos capaces de lograrlo. Que necesitaríamos a alguien que viniera a limpiar, a cocinar, a planchar… Pero yo quería aprender a hacerlo por mí misma. Y traté de aprender. Y hasta que no lo logré, no paré. ¿Cómo explicarles a esas personas que yo sentía una gran satisfacción al cocer mis primeros macarrones? ¿O al planchar mi primera camisa? Lloré, maldije, me rendí y me levanté cientos de veces. Pero insistí e insistí, y al final, fui capaz de lograrlo.

Lo mismo me ocurrió la primera semana que pasé con Brilyn. Aquella preciosa golden retriever que se suponía que debía guiarme por las calles y sustituir al bastón blanco que me había acompañado hasta entonces, se negaba a hacerme caso. Era testaruda, demasiado joven, nerviosa, y solo ahora comprendo que también estaba asustada. Igual que yo.
Aquella primera semana llamaba a casa llorando, desesperada porque no conseguía que la perra guía me obedeciera. Quería volver a casa, dejarlo todo, coger mi bastón blanco y olvidarme del perro. Pero veía que mis compañeros lo iban consiguiendo poco a poco. Que sus perros se iban adaptando, y que poco a poco iban consiguiendo que les hicieran caso y les guiaran sin chocarles. ¿Y por qué yo no? ¿Por qué iba a ser yo la única a la que el perro no hiciera caso? Me armé de paciencia, de ánimo y de galletitas, y poco a poco, Brilyn y yo fuimos confiando más la una en la otra. Era solo cuestión de tiempo, de paciencia y de confianza. Porque a las dos semanas ya empecé a obtener resultados. Y ahora, cuatro años después, no sabría caminar sin ella a mi lado.

En mi opinión, se trata de tener muy clara la meta que quieres alcanzar. ¿Cuál es tu objetivo? Ya sea independizarte, aprobar una asignatura, aprender inglés, dejar de fumar, hacer macramé o tener un hijo. Si es tu sueño y tienes claro lo que quieres, trata de luchar por ello. Aunque la gente te diga que no puedes, o que es imposible. Demuéstrales que están equivocados. Aunque tú mismo creas que no puedes hacerlo. Es increíble la cantidad de cosas que podemos llegar a lograr si nosotros mismos creemos que podemos hacerlo.

«Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo. Ni siquiera yo, ¿vale? Si tienes un sueño, tienes que protegerlo. Las personas que no son capaces de hacer algo te dirán que tú tampoco puedes. Si quieres algo ve por ello y punto.»

(Will Smith, En busca de la felicidad)

Para mí, ahora, en este punto de mi vida, hay dos cosas que deseo por encima de todas las demás. Una es escribir un libro, y la otra… Algún día os lo diré. Para ello, sé que tengo que poner un gran esfuerzo de mi parte, sacar tiempo de debajo de las piedras, disciplina para ponerme a ello y fuerza de voluntad para dedicarle todos los días un rato. Aún estoy en esa fase de creer yo misma que soy capaz de lograrlo… Pero sé que como todo lo demás, algún día lo conseguiré.

¿Y vosotros? ¿Qué sueños os quedan por alcanzar? ¿Qué cosa creíais que jamás ibais a lograr y al final lo conseguisteis? ¿Qué fue lo que os decían que no podríais hacer y demostrasteis que podíais hacerlo?

Aquel día sufrí un flechazo

Nuestro primer encuentro fue ya un auténtico flechazo.

Yo esperaba nerviosa en la habitación 28 de la escuela de Leader Dogs for the Blind, Rochester, Michigan, a que llamasen a la puerta y me anunciasen tu llegada. Llevaba tres años aguardando aquel momento. No. En realidad, llevaba toda la vida soñando contigo. Y por fin aquella mañana de octubre, mi sueño de tantos años iba a convertirse en una realidad palpable.

Y tan palpable.

Tan solo conocía tu nombre (hacía 10 escasos minutos que me lo habían dicho), además de tu edad y el color de tu pelo.

Nervios. Cada vez más nervios.

Sostenía un par de galletas en la mano, a modo de talismán y al mismo tiempo de ancla. No podía creer que aquello por fin fuese a ocurrir. No necesité pellizcarme, porque sabía que el momento era muy real. El calor de la habitación, las voces en el pasillo, los pasos, las risas.
Y de pronto, los esperados toques en la puerta.

Y pronuncié tu nombre por primera vez. Alto, claro y con decisión. Llena de emoción y nervios, pero ansiosa por conocerte.

Y entonces ocurrió.

Entraste corriendo en la habitación, te abalanzaste sobre mí como un torbellino de pelo, con una lengua húmeda que pretendía conocerme, registrar mi olor y mi sabor por primera vez.

Te di la primera de las galletas, y con los nervios, me la arrebataste sin miramientos. Creo que estabas aún más nerviosa que yo.

¿Dónde estabas? ¿Y por qué de pronto te dejaban en aquella habitación con aquella extraña chica que no hacía más que gritar de alegría y decir tu nombre?

Querías salir, investigarlo todo. Volver con Randy, el que había sido tu mentor y tu humano favorito en los últimos meses. ¿Por qué se había ido Randy y te dejaba allí?

En la siguiente hora y media que pasamos juntas, no paraste de moverte, de jadear nerviosa, de temblar, jugar, oler y lamerme entera.

Te di la segunda galleta. Ya no recuerdo en qué momento, ni si la cogiste con más delicadeza de mi mano. Solo recuerdo que ambas estábamos exhaustas y muy nerviosas.
Tú, porque no sabías que vendría a continuación. Yo, porque acababa de sufrir un flechazo.
Tú, que te preguntabas qué se esperaría ahora de ti. Yo, tratando de convencerme de que eras real.

Y entre revolcones, lametazos, nervios y un torrente de emociones, la certeza de que desde aquel momento, desde aquel día, mi corazón te pertenecería para siempre.

Ahora, cuatro años después de aquel mágico instante, aún se me pone la piel de gallina al recordarlo. Creo que si tuviera una máquina del tiempo y pudiera viajar hacia donde quisiera, o me dieran a elegir revivir un día de mi vida, sin duda regresaría a aquella mañana de octubre, en la habitación 28 de la escuela de Leader Dogs for the Blind, Rochester, Michigan.

Y volvería a entregarte mi corazón.

Porque quien no tiene un perro en su vida, no sabe lo que es el amor sin condiciones.

CANELA PARA LOS OÍDOS

Hace poco me pidieron que escribiera un relato. Unos familiares de mi chico tienen un cafetín-degustación de café donde quieren recopilar una serie de escritos realizados por la gente habitual del local, amigos y familiares. La idea es hacer un concurso y publicar un libro que reúna toda la colección de escritos, cuyos beneficios irán destinados a una causa benéfica.

El tema principal del relato debía ser la propia cafetería, lo que significaba para el autor, el café, el ambiente del local o las historias que allí suceden día a día. Y ya me conocéis: no pude negarme. Gustandome escribir como me gusta, me comprometí a enviarles un relato. Y ahora quiero compartir con vosotros el resultado, a ver si os gusta 😉

CANELA PARA LOS OÍDOS

Café solo. Con hielo. Un azucarillo.
Es lo que tomo cada mañana desde hace casi siete años.
Vengo aquí, a mi mesa del rincón, y me siento a escribir. A intentar escribir.
ES el único lugar de toda la ciudad donde soy capaz de hilvanar una frase con otra. Desde hace siete años no he podido escribir casi nada que tenga un mínimo de sentido.
Antes mi vida era sencilla. Iba a trabajar. En el periódico sabía cual era mi papel: acudía a las ruedas de prensa, entrevistaba al personaje de turno. Políticos, actores o empresarios… Nadie escapaba a mi grabadora y mi bloc de notas. Volvía a la redacción y me sentaba frente al ordenador. Aporreaba el teclado con energía, como poseído por una fuerza que me impulsaba a escribir hasta que las palabras en la pantalla formaban la idea que previamente había creado en mi cabeza.
Y lo hacía bien. Mis jefes me felicitaban, mis compañeros me envidiaban.
Incluso una vez gané un premio. Nada importante, solo una mención especial del jurado en los premios regionales de periodismo.
Pero era feliz.
Hasta que la conocí a ella.
Entonces mi mundo se volvió del revés, y nada fue como había sido hasta entonces.
La vi entrar por esa misma puerta, hace casi siete años, para pedir un café solo. Lo tomaba como yo: con hielo y un azucarillo.
Me fijé en ella nada más oír su voz. Era como terciopelo líquido. Como la canela en la espuma del café, al deslizarse sobre la lengua. Era miel para los oídos. Un placer para los sentidos, puramente sensual.
Yo traté de concentrarme en el relato que estaba escribiendo en aquel momento. Me gustaba bajar a la cafetería para sentarme aquí, en mi mesa del rincón. Aquí siempre conseguía relajarme y concentrarme. Los mejores relatos y artículos los he escrito en esta mesa, en este rincón.
Pero desde que escuché su voz aquella primera vez ya no pude concentrarme.
En el trabajo me distraía pensando en ella. En casa recordaba la calidez y el timbre de su voz, como chocolate líquido. Y en el café… En el café pasaba las horas muertas escribiendo, o más bien haciendo que escribía, cuando en realidad estaba esperando a que ella volviera a entrar por la puerta y pidiera su café. Solo, con hielo y un azucarillo.
No volvió a hacerlo.
Esperé y esperé. Durante meses, años, regresé a mi mesa del rincón, con mi libreta y mi bolígrafo. Pero no volví a verla.
Traté de escribirle un poema. Tal vez si sacaba lo que me devoraba por dentro, si reflejaba lo que sentía en un papel, así consiguiera exorcizarla y sacarla de mi cabeza.
No funcionó.
Durante un tiempo dejé de tomar el café solo, con hielo. Probé a tomarlo como lo hacían el resto de habituales del café, la especialidad de la casa: café con leche y un toque de canela.
Pero no lo resistí. La leche era tan cremosa como el tono de su voz. La canela me recordaba demasiado a la sensualidad que emanaba de sus palabras.
Y volví a mi café solo, con hielo.
Traté de escribir un relato de amor, con ella como protagonista. De ese modo, pensé, conseguiría como escritor satisfacer sobre el papel las frustraciones que sentía como hombre.
No funcionó.
El relato ganó varios premios, además de algún que otro suspiro entre el personal de la cafetería. Pero más allá de engordar mi ego de artista, no consiguió su objetivo.
Ella no volvió.
Hasta ayer.
A primera hora del día, mientras despertaba mis sentidos con el primer café de la mañana y trataba de buscar un nombre que se adecuara a la protagonista de mi relato, ella apareció de nuevo.
Escuché su voz, pura canela sobre chocolate caliente.
Pero para mi sorpresa, esta vez pidió dos cafés, solos, con hielo.
Cuando alcé la vista para mirarla, mi mundo se vino abajo.
Esta vez ella no venía sola. A su lado, un atlético hombre sonreía y deslizaba un brazo posesivo alrededor de la cintura de ella, que lucía un vientre visiblemente abultado.
Sentí mi mundo tambalearse. Yo, que siempre había vivido de las palabras, no encontré la forma de expresar lo que sentía en ese momento.
Siete años esperando. Siete años tirados a la basura. Palabras nunca dichas. Relatos nunca escritos.
Hoy he vuelto al café. A mi mesa del rincón. Con mi libreta y mi bolígrafo.
Sin mis palabras.
Ya no tengo ideas. Estoy vacío.
Así que degustaré mi café solo, con hielo y un azucarillo.
Y esperaré a que la musa regrese.

Fin.